La literatura infantil colombiana se ha ido tejiendo lentamente en un devenir de súbitos estertores y largos períodos de silencio y olvido. No es, ni ha sido nunca, una expresión cultural fuerte. Es decir, en ningún momento de su panorama histórico podríamos ubicar un movimiento, una escuela o una manifestación que nos permita hablar de una época dorada.
La escritura de textos literarios para niños en Colombia es, sobre todo, un asunto de individuos solitarios que por diversas razones —afectivas, pedagógicas o estéticas— han elegido al niño como el destinatario principal de sus obras. Son pocos y muy específicos los momentos históricos en los cuales nuestra literatura infantil ha logrado manifestarse como reflejo de un imaginario social que considere al niño un lector independiente, capaz de disfrutar una obra como sujeto cultural, más allá de las intenciones de los adultos.
Un primer momento podría ubicarse entre finales de los años veinte y la década de los treinta, cuando de la mano de los procesos de modernización de la sociedad colombiana se piensa en la infancia como un sector al cual hay que atender de manera específica. Es una época de reformas educativas influenciadas por las corrientes de la escuela activa, que comienzan a considerar en sus programas pedagógicos las diferentes etapas de desarrollo del niño.
De esta época cabe destacar la revista Chanchito, creada y dirigida por Víctor Eduardo Caro, y a través de la cual los niños colombianos tuvieron la oportunidad de conocer y deleitarse con lo mejor de la literatura infantil universal. De finales de los años veinte datan los cuentos de la escritora Eco Nelly, los cuales dan inicio a una literatura de carácter realista que recrea el mundo injusto y desamparado de los niños de la calle.
En esta época se inicia también una corriente que podría llamarse histórica y que, aunque tenga como fin último dar a conocer a los jóvenes lectores los acontecimientos más relevantes de la historia nacional, logra inscribirse en el universo literario por su tono narrativo y por la puesta en ficción de los hechos históricos. En esta corriente podemos mencionar Vida de Simón Bolívar para los niños de Simón Latino, seudónimo de Carlos H. Pareja (1930); los Retazos de historia de Guillermo Hernández de Alba, (1938), divulgados con anterioridad a través de la revista Chanchito; El romancero de la conquista y la colonia de Ismael Enrique Arciniegas (1938), y Cuentos tricolor de Oswaldo Díaz Díaz.
Un segundo momento se da en la década de los años setenta cuando se produce lo que se ha llamado un boom editorial, impulsado sobre todo por la instauración del Premio Enka de Literatura Infantil, a partir del cual se puede considerar que comienza una profesionalización del escritor de libros para niños en Colombia. Algunos escritores que comienzan a publicar en estos años, y que fueron beneficiarios del Enka, continúan hoy en día destinando su producción a los niños: Celso Román, Luis Darío Bernal, Jairo Aníbal Niño y Triunfo Arciniegas, entre los más persistentes y prolíficos.
Este aumento de la producción generó en las décadas posteriores una apertura de otros espacios igualmente importantes: la creación y consolidación de instituciones y grupos dedicados a la promoción y animación de la lectura, la publicación de revistas literarias para los niños, la apertura de nuevos concursos, la creación de algunos cursos de literatura infantil en los espacios académicos.
En términos generales, nuestra literatura destinada a los niños se ha caracterizado por ser solemne, poco lúdica y quizás con una fuerte dosis de intención pedagógica. Se ha caracterizado, además, por cierto anacronismo, evidenciado algunas veces en un lenguaje autoritario, y otras veces impregnado de nostalgia por la infancia perdida. Temas bucólicos, compasión frente a la pobreza de los niños, manejo confuso y delirante de la fantasía, demuestran un desconocimiento no sólo del niño como sujeto cultural, sino también de las posibilidades que ofrece la literatura infantil.
Sin embargo, podríamos afirmar que a partir de los años ochenta surgen nuevas voces que incursionan en temáticas antes no exploradas, como la escuela, la vida familiar de los niños y sus relaciones conflictivas con los adultos, el secuestro, la muerte, el miedo, entre otros temas que antes estaban vedados para las letras infantiles. Autores como Gloria Cecilia Díaz, Ivar da Coll, Irene Vasco, Evelio José Rosero, Yolanda Reyes y Pilar Lozano, entre otros, demuestran un mayor conocimiento del niño y logran crear auténticos personajes literarios.
Actualmente se sienten nuevos vientos, con el reconocimiento por parte de ciertos sectores culturales frente al papel que juega la literatura de calidad en la formación de los niños y niñas lectores; con la creación de nuevos estímulos a los escritores y de nuevas colecciones y editoriales especializadas, que abren caminos para los jóvenes creadores. Ojalá estos esfuerzos sean persistentes y constantes, de manera que logren renovar una literatura que ha ido avanzando con el paso lento de una tortuga soñolienta, pero que nos refleja y nos expresa.
Este artículo fue escrito por la autora BEATRIZ HELENA ROBLEDO, nacida en Manizales, tiene una maestría en literatura hispanoamericana de la Universidad Javeriana de Bogotá, donde es profesora en el área de literatura infantil.
lunes, 9 de agosto de 2010
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